lunes, 16 de abril de 2012

EL ÚLTIMO HIDROAVIÓN DE SUDAMÉRICA



El aeropuerto Arturo Merino Benítez es una verdadera ciudad, con rincones y secretos. En un apartado de la losa, tras una barrera infranqueable, hay un extraño aparato. Un verdadero ornitorrinco volador: tiene ruedas, pero flota como un bote. Aterriza en una pista o en cualquier lago o mar de Chile. Puede llevar 21 pasajeros o lanzar 4.500 litros de agua. Aunque tiene nombre de mujer, sus comodidades son las de un tractor. Y al igual que un ornitorrinco, su nariz es como de un pato. Es el Catalina-Canso N° 32. Es el último hidroavión que va quedando en Sudamérica, el único gran avión "bombero" de los incendios forestales. Pero en vez de apagar incendios está estacionado desde 2006 en un rincón del aeropuerto de Pudahuel.
El pasado jueves hizo rugir sus motores y este fin de semana estará en exhibición en la Fidae.
Su dueño, Gonzalo Parragué, podría haberse deshecho de él hace tiempo. Y "no gastar los millones que cuesta tenerlo operativo", como dice. Pero él pertenece a los nostálgicos de los hidroaviones. "Los Catalina están en la historia de Chile", advierte. Su padre fue Roberto Parragué, quien unió Isla de Pascua con el continente en el primer vuelo transoceánico en 1951 en un Catalina idéntico a éste. La gracia le costó sumarios, incomunicaciones, castigos y millones, pues pagó de su bolsillo la construcción de la pista de tierra de Mataveri para regresar. Finalmente, abrir la ruta aérea a la Polinesia le costó la renuncia a la Fach unos años después. También, hizo el primer vuelo a Juan Fernández en la década del 40 en un Catalina.
Pero más que en la historia, "donde debería estar este avión -dice Gonzalo Parragué- es apagando incendios". Son verdaderos aviones bomberos.
Hasta 1991, los hidroaviones apagaban incendios en Chile. Hubo hasta cinco en vuelo, tres de los Parragué. En 1979 batieron el récord de 102 lanzamientos en 10 horas contra un incendio en Collico, Valdivia, acuatizando en el Calle Calle. Mucha gente los recuerda en las temporadas de catástrofe llegando a la laguna San Pedro, en Concepción, y al lago Peñuelas, en la V Región. Muchos veranos también acuatizaron en la laguna de Aculeo: recogían agua en 20 segundos sin detenerse y la iban a arrojar sobre el fuego en Talagante. "Esa es su gracia", dice Parragué. "No tienen que regresar al aeropuerto, ser llenados por bombas y volver al fuego, sino que van al lago o playa más cercana, se llenan sin detenerse y siguen volando". Porque, además, el Catalina es uno de los aviones con mayor autonomía de vuelo, capaz de volar de Arica a Punta Arenas con un estanque.
En 1990, junto a toda la política nacional, cambió la política de combate de incendios forestales. No se les renovó el contrato a los hidroaviones, así que los Parragué aceptaron una oferta para irse con los tres aviones que les quedaban a España y Portugal a combatir incendios forestales, igual que hoy hacen muchos brigadistas. Fue tal su éxito, que se quedaron 12 años en la península. España, Francia, Italia, Portugal y Grecia reúnen alrededor de 90 hidroaviones para combatir incendios. El 2002, regresaron a Chile, pero la estrategia contra el fuego había cambiado. Aunque los incendios forestales aumentaron, se optó por combatirlos desde el aire con helicópteros y aviones dromedarios, de fumigación. Son mucho más versátiles en terrenos difíciles, pero sólo arrojan mil y dos mil litros de agua, respectivamente.
Incluso, la Conaf invirtió 8,5 millones de dólares en comprar un helicóptero polaco Sokol, que arroja 1.500 litros y que integró a su flota de tres aviones. Más seis helicópteros arrendados.
"Hay un tremendo gasto para apagar incendios desde el aire", explica Parragué. Según cifras de la Conaf, la corporación gasta cada verano $ 2.300 millones en el combate aéreo de incendios. Lo que se suma a los casi cinco mil millones que pagan las empresas forestales en arriendo de aviones y helicópteros privados. "Un helicóptero cuesta entre 1.500 y 5.000 mil dólares la hora", dice Ricardo Rivera, presidente del comité técnico de la Corporación de la Madera, Corma. La mayor parte de esos dineros va a manos de empresas españolas. Faasa (Fumigación Aérea Andaluza), Inaer y Martínez Ria Ltda., que suman 15 helicópteros y 14 aviones dromedarios volando en Chile cada verano.
Por falta de presupuesto para mantenerlos, el 2002 Parragué vendió los otros dos Catalina que tenía a Australia. Allá siguen volando. En Chile, en cambio, el último hidroavión, el Catalina N° 32, está en un rincón de Pudahuel. La gente le toma fotos como a un bicho raro y siguen de largo, rumbo a las novedades de la Fidae.

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