El objetivo del experimento era mitigar el cambio climático sembrando hierro en el Atlántico sur, pero lo que se logró fue un excesivo crecimiento del zooplancton.
Crear un "parche" con cuatro toneladas de hierro de 300 km2 al interior de un remolino oceánico en la Antártica fue una tarea titánica para los casi 50 científicos que estuvieron a bordo del rompe-hielo alemán B/C Polarstern este verano. El objetivo también fue de grandes dimensiones: secuestrar CO2 de la atmósfera y así validar una poderosa herramienta para mitigar el calentamiento global.
El experimento se realizó en aguas internacionales del Atlántico donde abundan los remolinos de agua, columnas líquidas de 10 metros de diámetro que giran en el sentido de las agujas del reloj. Humberto González, profesor del Instituto de Biología Marina de la U. Austral y único chileno a bordo, cuenta que estas estructuras se forman en toda la corriente circumpolar Antártica y son vitales para mantener "estable" el hierro. "Sin ellas el mineral decantaría en el fondo o se esparciría en el océano".
Con el apoyo de modeladores matemáticos, pero con tormentas y protestas de ONG en contra del estudio (ver recuadro), la búsqueda de los remolinos demoró más de 15 días desde que el equipo zarpó de Ciudad del Cabo (África) en enero.
La fertilización de hierro se logró en medio de una zona conocida por ser el paso de todos los frentes que se generan en la Antártica. "Había olas de hasta 10 metros y vientos de 120 km por hora", recuerdan los investigadores.
Una sorpresa
Los resultados del experimento Lohafex (hierro en indio) estuvieron lejos de los proyectados. El hierro logró estimular el crecimiento de fitoplancton (microalgas), que juega un rol clave en la regulación del gas invernadero CO2 . "Las microalgas duplicaron su biomasa en las primeras dos semanas, dice Humberto González. Y sí 'capturaron' dióxido de carbono, pero no en las cantidades esperadas".
¿La razón? El fitoplancton comenzó a decrecer. De acuerdo con el jefe científico del experimento, Víctor Smetatake, del Alfred Wegener Institute (Alemania), "para sorpresa de todos el parche fertilizado con hierro atrajo a un gran número de predadores del zooplancton (microorganismos) del grupo de los anfípodos", precisa.
Estos crustáceos de entre dos y tres cm de largo depredan indiscriminadamente sobre otros microorganismos. Pero aún más. La especie dominante, copépodos (zooplancton), es el principal alimento de calamares y de la ballena de aleta o rorcual común en el Atlántico sur-occidental. En los años 60, antes de la reducción masiva de los grandes cetáceos, había más rorcuales comunes alimentándose en la zona norte de la Antártica que ballenas azules en el sur.
Este resultado, advierte el profesor González, es de particular interés debido a que la biomasa de zooplancton en el parche fue similar a la del krill de aguas más al sur. Lo cual abre una nueva línea de investigación de la fertilización de hierro y el posible repoblamiento de especies como la ballena en zonas donde escasea el alimento.
El ecosistema formado en el parche, agrega el científico, también era diferente a los observados en otros experimentos. "Tras obtener las muestras de redes (de 10 micrones) observamos una cantidad inusual de desechos orgánicos de los pequeños crustáceos que invadieron la zona de estudio. Eso quería decir que todo lo que se estaba consumiendo en el parche de hierro era digerido". Por lo tanto, se había desarrollado un sistema eficiente de reciclamiento de los nutrientes, incluido el hierro, por parte de los microorganismos.
Al final de experimento, las concentraciones de clorofila declinaron y el parche comenzó a mezclarse con las aguas circundantes, debido a que el remolino había desaparecido. Y los crustáceos, bien alimentados, probablemente se dispersaron para buscar más alimento. Ecologistas vs. científicos Aumentar las concentraciones de hierro provocó duras críticas de las ONG ecológicas, aunque no es la primera vez que se realiza este tipo de estudios en el océano. El argumento esgrimido por los ambientalistas es que aún no se sabe con certeza cuáles son las consecuencias de agregar artificialmente este mineral al ecosistema marino. Un estudio en 2007 publicado en Nature revelaba, sin embargo, que incluir hierro al mar es 10 a 100 veces menos eficaz que el proceso natural. El profesor Humberto González dice, además, "que la fertilización natural, cuando se derriten los icebergs, por ejemplo, produce concentraciones mayores a las que utilizamos durante el experimento".
Fuente: "El Mercurio"
Crear un "parche" con cuatro toneladas de hierro de 300 km2 al interior de un remolino oceánico en la Antártica fue una tarea titánica para los casi 50 científicos que estuvieron a bordo del rompe-hielo alemán B/C Polarstern este verano. El objetivo también fue de grandes dimensiones: secuestrar CO2 de la atmósfera y así validar una poderosa herramienta para mitigar el calentamiento global.
El experimento se realizó en aguas internacionales del Atlántico donde abundan los remolinos de agua, columnas líquidas de 10 metros de diámetro que giran en el sentido de las agujas del reloj. Humberto González, profesor del Instituto de Biología Marina de la U. Austral y único chileno a bordo, cuenta que estas estructuras se forman en toda la corriente circumpolar Antártica y son vitales para mantener "estable" el hierro. "Sin ellas el mineral decantaría en el fondo o se esparciría en el océano".
Con el apoyo de modeladores matemáticos, pero con tormentas y protestas de ONG en contra del estudio (ver recuadro), la búsqueda de los remolinos demoró más de 15 días desde que el equipo zarpó de Ciudad del Cabo (África) en enero.
La fertilización de hierro se logró en medio de una zona conocida por ser el paso de todos los frentes que se generan en la Antártica. "Había olas de hasta 10 metros y vientos de 120 km por hora", recuerdan los investigadores.
Una sorpresa
Los resultados del experimento Lohafex (hierro en indio) estuvieron lejos de los proyectados. El hierro logró estimular el crecimiento de fitoplancton (microalgas), que juega un rol clave en la regulación del gas invernadero CO2 . "Las microalgas duplicaron su biomasa en las primeras dos semanas, dice Humberto González. Y sí 'capturaron' dióxido de carbono, pero no en las cantidades esperadas".
¿La razón? El fitoplancton comenzó a decrecer. De acuerdo con el jefe científico del experimento, Víctor Smetatake, del Alfred Wegener Institute (Alemania), "para sorpresa de todos el parche fertilizado con hierro atrajo a un gran número de predadores del zooplancton (microorganismos) del grupo de los anfípodos", precisa.
Estos crustáceos de entre dos y tres cm de largo depredan indiscriminadamente sobre otros microorganismos. Pero aún más. La especie dominante, copépodos (zooplancton), es el principal alimento de calamares y de la ballena de aleta o rorcual común en el Atlántico sur-occidental. En los años 60, antes de la reducción masiva de los grandes cetáceos, había más rorcuales comunes alimentándose en la zona norte de la Antártica que ballenas azules en el sur.
Este resultado, advierte el profesor González, es de particular interés debido a que la biomasa de zooplancton en el parche fue similar a la del krill de aguas más al sur. Lo cual abre una nueva línea de investigación de la fertilización de hierro y el posible repoblamiento de especies como la ballena en zonas donde escasea el alimento.
El ecosistema formado en el parche, agrega el científico, también era diferente a los observados en otros experimentos. "Tras obtener las muestras de redes (de 10 micrones) observamos una cantidad inusual de desechos orgánicos de los pequeños crustáceos que invadieron la zona de estudio. Eso quería decir que todo lo que se estaba consumiendo en el parche de hierro era digerido". Por lo tanto, se había desarrollado un sistema eficiente de reciclamiento de los nutrientes, incluido el hierro, por parte de los microorganismos.
Al final de experimento, las concentraciones de clorofila declinaron y el parche comenzó a mezclarse con las aguas circundantes, debido a que el remolino había desaparecido. Y los crustáceos, bien alimentados, probablemente se dispersaron para buscar más alimento. Ecologistas vs. científicos Aumentar las concentraciones de hierro provocó duras críticas de las ONG ecológicas, aunque no es la primera vez que se realiza este tipo de estudios en el océano. El argumento esgrimido por los ambientalistas es que aún no se sabe con certeza cuáles son las consecuencias de agregar artificialmente este mineral al ecosistema marino. Un estudio en 2007 publicado en Nature revelaba, sin embargo, que incluir hierro al mar es 10 a 100 veces menos eficaz que el proceso natural. El profesor Humberto González dice, además, "que la fertilización natural, cuando se derriten los icebergs, por ejemplo, produce concentraciones mayores a las que utilizamos durante el experimento".
Fuente: "El Mercurio"
1 comentario:
mi pregunta es si no hay aperatos que se puedan enolear por ejenplo en aviones que linpien la atmosfera de co2
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