Tras siete años de sequía continua, los agricultores han tenido que optar por algunos cultivos y dejar morir otros. Tres embalses, con capacidad de mil millones de m3, surten de agua al sector. Uno ya se secó y a los otros les quedan sólo días de suministro.
Tomamos la decisión, por la escasez de agua, de no continuar”, dice Cristián Velásquez, administrador de la hacienda Mal Paso, mientras camina entre cientos de troncos de paltos secos y emblanquecidos, que hasta el año pasado entregaban toneladas de frutos para exportación y consumo local.
Es que la sequía ha golpeado muy fuerte a la cuenca del Limarí, en la Región de Coquimbo. Son siete años ya con déficit de lluvias y los embalses o tranques -como les dicen en la zona- agotaron toda su capacidad. El panorama es crítico: no habrá agua para repartir en la próxima temporada agrícola.
Históricamente, los agricultores de la provincia se surten de agua desde tres embalses: Cogotí y Recoleta -que fueron construidos en los años 30- y La Paloma, el más grande del país, levantado para apoyar el sistema de regadío, que entró en operaciones durante los años 70.
Los tres, juntos, suman una capacidad de mil millones de metros cúbicos de agua. Hoy, sin embargo, apenas tienen 30 millones de m3 que se agotarán el próximo mes, cuando sean repartidos entre unos pocos agricultores. El resto ya usó su cuota asignada.
En la hacienda Mal Paso han acumulado en un pequeño embalse privado los últimos metros cúbicos que les correspondían. Velásquez cuenta que el cultivo de paltas consume demasiada agua, ya que cada una de las 37 hectáreas plantadas requería entre nueve mil a 12 mil m3. Con las parras es diferente, pues cada paño necesita sólo cinco mil m3 de riego. Por eso dejaron morir los paltos, para que sobrevivieran las casi cien hectáreas de parras, que casi no requieren ser regadas durante el invierno.
Velásquez explica que lo que pase con la hacienda sólo depende de la lluvia, ya que “tenemos certeza de trabajo hasta el 20 de mayo, ahí se tiene que evaluar”. Los proyectos, como tales, existen, pero sin agua no podrían concretarse.
UN RECURSO ESCASO
“En 2012 tuvimos la menor pluviometría desde 1895 y de nieve no tuvimos nada, ello ha llevado a que los ríos estén completamente secos y que nuestros embalses comenzaran a bajar. El año pasado, el 1 de mayo de 2012, tuvimos que tomar una decisión que nunca se había tomado”, dice Luis Pizarro, presidente de la Comunidad de Aguas Sistema de Embalse Paloma. Esa vez tuvieron que entregar los cerca de 100 millones de m3 acumulados en el embalse, ya que históricamente se reparte la mitad y la otra se mantiene como reserva, pero en esta ocasión no era suficiente.
Aguas arriba del embalse La Paloma se ubica la comuna de Monte Patria, por lo que sus agricultores utilizan el agua del río Grande. Ahí vive Salvador Lara, de 72 años, quien siempre ha sido agricultor, pero sólo hace cuatro años tiene su propia tierra, la que recibió justo en medio de la sequía.
Se trata de dos hectáreas en las cuales trabaja de lunes a domingo, “qué voy a hacer en la casa”, dice feliz, mientras recorre su parcela con sus dos compañeros, un perro demasiado amistoso para ser guardián y un burro que lo cuida, ya que “me ayuda mucho”, cuenta. En su “terrenito”, dice, trabaja solo, porque sus hijos se fueron de la región en busca de mejores oportunidades.
Lara cuenta que ante la falta de agua entendió que su sueño de trabajar su tierra debió reducirse sólo a un cuarto de la superficie que disponía. Optó por sembrar porotos en menos de media hectárea, ya que por la cuota de agua que le correspondía no podría extenderse más. “Es lo más rápido y ocupan menos agua”, explica.
El contraste entre su siembra y el resto de la parcela es considerable, ya que entremedio de la tierra árida está su pequeño oasis, el cual se compromete a hacer crecer.
FRUTAS DESHIDRATADAS
Sesenta kilómetros más abajo está Punitaqui. Acá la situación es bastante más crítica, ya que el agua que les correspondía a los agricultores locales se agotó. Sus calles están prácticamente vacías y no es raro encontrar alguna parcela abandonada. Según cuentan, los dueños tuvieron que irse porque sin agua esas tierras se convierten en un desierto.
Ahí está la Viña Soler, emplazada en 40 hectáreas de terreno. Al recorrerla es notoria la falta de agua: hace dos semanas arrancaron de cuajo 10 hectáreas de paltos y a las 30 hectáreas de parras que siguen en pie les cuelgan frutos totalmente deshidratados.
“Tenemos bajo rendimiento”, dice el administrador de la viña, Domingo Vergara, mientras muestra un racimo de uvas, en su mayoría, arrugadas. “La baya es más pequeña. El año pasado esta misma baya pesaba cerca de 1,4 gramos y ahora esta pesando unos 0,9 gramos, lo que marca una importante pérdida”, explica.
Esto se produjo porque en vez de regar con los 6.000 m3 de agua que necesitaba cada hectárea tuvieron que hacerlo sólo con 2.500 m3, lo que resintió la fruta.
En medio de las hileras de parras se logra distinguir a los jornaleros que se encuentran en plena cosecha, aunque Vergara explica que la producción va a caer a la mitad. Colindante a las parras están los paltos, que en su mejor época producían 120 toneladas de frutas y que en 2012 bajaron su producción a menos de la mitad.
“Cosechamos 50 toneladas”, dice Vergara, quien agrega que “estamos esperanzados de que llueva harto, de lo contrario habría que cerrar las puertas nomás”, ya que para la asignación de agua de mayo próximo no habrá nada que repartir. “Esta es lejos la peor sequía que me ha tocado vivir”, comenta.
En la misma comuna vive Claudio Hauyon, quien en el pasado fue piloto comercial de aviones, viajó por todo el mundo y vivió en Hawai. “Fue una opción de vida”, dice al tratar de explicar su llegada a Punitaqui.
Hauyon es dueño de 5,5 hectáreas, donde prácticamente todos sus paltos y parras se secaron.
“Más malo que lo que tenemos no puede ser”, dice justificando su decisión de mantenerse en su tierra, donde planea empezar de nuevo cuando se arregle el problema de la sequía.
“He vivido en un montón de partes del mundo y siempre he podido sobrevivir. Acá la sobrevivencia me costó mi matrimonio, me costó muchas cosas, pero soy porfiado”, dice, así que la decisión es quedarse.
LOS EFECTOS DE LA SEQUIA
Varios agricultores están esperanzados con que la sequía se termine este año, pero sus efectos están dejando huellas en las comunas. “La situación es gravísima. Nos enfrentamos a una catástrofe que, a diferencia de otras, se agudiza día tras día”, señala el alcalde de Monte Patria, Juan Carlos Castillo.
“Las ventas del comercio han bajado en 40% y se estima en seis mil la migración de personas y sus familias a otras ciudades del norte, principalmente en busca de mejores oportunidades laborales”, explica.
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