A diferencia de años anteriores, en la actualidad hay abundantes inversiones en el sector eléctrico, y se espera que las haya en el futuro, todo lo cual debería reducir la probabilidad de déficits de energía. Sin embargo, la mayor parte de esas nuevas inversiones recae en centrales térmicas que usan carbón, en momentos en que la preocupación de los países desarrollados por el cambio climático tiende a desalentar el uso de esa energía. Por eso, es probable que en el mediano plazo nuestras exportaciones enfrenten impuestos por las emisiones de carbono en su producción.
Por tal razón, los exportadores de frutas ya han estudiado la huella de carbono de algunas exportaciones frutícolas, pero el aumento de la termoelectricidad en nuestra matriz energética podría aumentar sustancialmente dicha huella, que hasta ahora ha sido moderada.
Por años, muchas voces técnicas han advertido sobre el peligro de descuidar la energía hidroeléctrica, de efectos ambientales bastante más limitados, pese a lo que sostiene la campaña adversa. También han reiterado la conveniencia de aprovechar el potencial de la energía nuclear. Y aunque el mercado es el mejor asignador de recursos, a veces se aleja de la decisión óptima e invierte en una tecnología como la térmica, cuando las señales económicas son distorsionadas por políticas oficiales.
En este caso, el Gobierno ha impulsado fuertemente el uso de energías alternativas, pero es poco probable que ellas representen, sin subsidios, una alternativa viable de expansión del sistema.
Por ejemplo, el importante aumento en la generación eólica, con planes de mil 500 MW en el futuro, corresponde a no más de dos centrales térmicas de 300 MW, dado el bajo factor de carga de las centrales eólicas. Esto significa que los planes de expansión mediante carbón equivalen a varios miles de MW en centrales eólicas. Las pequeñas centrales hidráulicas -que se consideran fuentes no convencionales- también pueden contribuir, pero sólo en forma accesoria y no como la tecnología central de expansión del sistema. La geotermia es más prometedora, dadas las características geológicas del país, pero es una fuente aún no probada localmente, por lo que se desconocen sus posibilidades efectivas, y la matriz energética chilena dista hoy mucho de poder basarse en ella.
De esta manera, la oposición medioambiental a la hidroelectricidad y a la energía nuclear ha conseguido que Chile enfrente un paradójico futuro de electricidad cara y contaminante. El supuesto ambientalista es que las energías alternativas y la conservación harían innecesaria incluso la generación térmica, pero eso es irreal en las condiciones actuales. Y quienes plantean que la intensidad de uso de la electricidad en cada unidad de producto es menor en los países desarrollados, cometen dos errores: el consumo eléctrico por persona en esos países es muy superior al chileno y, debido a que ellos poseen más capital humano, una fracción mucho mayor de su producto corresponde a sectores avanzados, que consumen relativamente menos electricidad.
La ciudadanía valora un ambiente limpio y poco intervenido, pero las opciones deben presentarse de modo que las decisiones de política pública sean informadas y la opinión pública conozca el costo de sus decisiones, como, por ejemplo, el de no desarrollar su potencial hidroeléctrico o de no estudiar seriamente la opción nuclear. Chile podría elegir la opción de tener una electricidad cara y limpia, retrasando su desarrollo, pero ella debería ser bien informada y adoptarse con clara conciencia
Por tal razón, los exportadores de frutas ya han estudiado la huella de carbono de algunas exportaciones frutícolas, pero el aumento de la termoelectricidad en nuestra matriz energética podría aumentar sustancialmente dicha huella, que hasta ahora ha sido moderada.
Por años, muchas voces técnicas han advertido sobre el peligro de descuidar la energía hidroeléctrica, de efectos ambientales bastante más limitados, pese a lo que sostiene la campaña adversa. También han reiterado la conveniencia de aprovechar el potencial de la energía nuclear. Y aunque el mercado es el mejor asignador de recursos, a veces se aleja de la decisión óptima e invierte en una tecnología como la térmica, cuando las señales económicas son distorsionadas por políticas oficiales.
En este caso, el Gobierno ha impulsado fuertemente el uso de energías alternativas, pero es poco probable que ellas representen, sin subsidios, una alternativa viable de expansión del sistema.
Por ejemplo, el importante aumento en la generación eólica, con planes de mil 500 MW en el futuro, corresponde a no más de dos centrales térmicas de 300 MW, dado el bajo factor de carga de las centrales eólicas. Esto significa que los planes de expansión mediante carbón equivalen a varios miles de MW en centrales eólicas. Las pequeñas centrales hidráulicas -que se consideran fuentes no convencionales- también pueden contribuir, pero sólo en forma accesoria y no como la tecnología central de expansión del sistema. La geotermia es más prometedora, dadas las características geológicas del país, pero es una fuente aún no probada localmente, por lo que se desconocen sus posibilidades efectivas, y la matriz energética chilena dista hoy mucho de poder basarse en ella.
De esta manera, la oposición medioambiental a la hidroelectricidad y a la energía nuclear ha conseguido que Chile enfrente un paradójico futuro de electricidad cara y contaminante. El supuesto ambientalista es que las energías alternativas y la conservación harían innecesaria incluso la generación térmica, pero eso es irreal en las condiciones actuales. Y quienes plantean que la intensidad de uso de la electricidad en cada unidad de producto es menor en los países desarrollados, cometen dos errores: el consumo eléctrico por persona en esos países es muy superior al chileno y, debido a que ellos poseen más capital humano, una fracción mucho mayor de su producto corresponde a sectores avanzados, que consumen relativamente menos electricidad.
La ciudadanía valora un ambiente limpio y poco intervenido, pero las opciones deben presentarse de modo que las decisiones de política pública sean informadas y la opinión pública conozca el costo de sus decisiones, como, por ejemplo, el de no desarrollar su potencial hidroeléctrico o de no estudiar seriamente la opción nuclear. Chile podría elegir la opción de tener una electricidad cara y limpia, retrasando su desarrollo, pero ella debería ser bien informada y adoptarse con clara conciencia
No hay comentarios:
Publicar un comentario