Pantanal es la mayor superficie inundada del mundo y la tercera reserva ambiental del planeta. Un gigantesco mundo acuático en el corazón del continente, donde se puede ver fauna más fácil que en el Amazonas y que se ha convertido en una marca turística salvaje y potente, a pesar de sus problemas de conservación.
¿Qué otros destinos de naturaleza conoce en Brasil y en el resto de América?
Por Francisco Pardo U., desde Pantanal, Brasil.
Lo único que ilumina Pantanal en estos momentos es la luz de estrellas y luciérnagas, con una sinfonía de ranas como banda sonora. Todo parece perfecto, excepto por la pana del jeep y porque estamos a unos kilómetros de la hacienda Xaraés, nuestro centro de operaciones en Pantanal.
Cada una de las nueve personas sobre el vehículo tiene una cerveza Skol en una mano y en la otra algún tipo de repelente que los mosquitos miran sin señal de respeto a estas horas de la noche. Algunos ríen porque vienen a esto: a la aventura. Otros, por lo particular de la situación. Es decir, si el problema eléctrico del jeep no se resuelve, habrá que caminar hasta la hacienda sorteando –al menos en la imaginación– yacarés, anacondas y jaguares. Por eso, basta que el motor encienda luego del noveno intento para que aplaudamos, alcemos las cervezas y el asunto quede como una buena anécdota.
En Pantanal, cualquier actividad puede ser el inicio de una película. Bien los saben los pantaneiros, los "vaqueros" de la región, siempre apertrechados con sombrero hecho de palmeras, machete en la espalda y tereré (mate) al alcance de la mano, y quienes han aprendido a estar gran parte del año rodeados del agua oscura y sus latentes amenazas. También de sus animales. Los aclimatados caballos, por ejemplo, tienen las orejas un poco inclinadas hacia atrás, tórax adecuados para moverse con el agua hasta el cuello, y pezuñas que no se pudren.
Pero esta extensa zona ubicada en los estados brasileños de Mato Grosso y Mato Grosso do Sul no está anegada todo el tiempo. La temporada en la que los terrenos se inundan, el calor es intimidante y los mosquitos proliferan, va de noviembre a marzo. Y la mejor época para observar animales es entre julio y septiembre, cuando el agua baja y Pantanal se alfombra de verdes pastizales y la fauna se reúne en torno al agua restante.
Aquí, dicen, es más fácil ver fauna que en el Amazonas, ya que no existen esos densos bosques característicos de la selva húmeda. Puede ser. Lo cierto es que, ahora mismo, un yacaré mira a dos metros mientras navegamos por el río Abobral.
Vamos a pescar pirañas, una singular manera de experimentar la vida pantaneira y de competir entre las nacionalidades del bote. Un juego para turistas, claro, que esta vez reúne a tres brasileños, tres argentinos, dos españoles y un chileno. Campeonato mundial de pesca de pirañas, formato "atrapar y soltar", con cañas de bambú y pedazos de pollo como carnada. Según los locales, la sopa de pirañas es un muy buen sucedáneo del viagra. Algo que también se dice de hierbas, cortezas, licores, semillas y hasta partes de animales en muchos lugares del continente.
Otro de los atractivos de este mundo de 230 mil kilómetros cuadrados que comparten Brasil y, en menor proporción, Bolivia y Paraguay, son sus 650 especies de aves. Y la mejor hora para observarlas es muy temprano, o durante las últimas horas de sol. Como ahora, cuando navegamos por uno de los tantos cursos fluviales que depositan sus aguas en el río Paraguay, columna vertebral del Pantanal. Sobre nuestras cabezas vuelan tucanes y tornasolados martines pescadores. Vamos tras un "dormitorio" de aves y al llegar, cientos de garzas y otras especies revolotean, creando un agradable espectáculo sonoro. El Pantanal se hace oír.
Volvemos por el río a oscuras, de noche, con la boca cerrada para no tragar mosquitos, mientras los guías realizan el tradicional avistamiento de yacarés. Rápidamente se ven pequeñas luces sobre el agua: es el brillo de la linterna en los ojos de estos lagartos. Lo cierto es que los yacarés son relativamente fáciles de ver. Ya desde el arribo a la zona por Estrada Parque, una de las carreteras que se internan por el Pantanal junto a la Transpantaneira, los lagartos tomaban sol y se dejaban fotografiar desde el vehículo. Animales que durante muchos años fueron cazados por sus pieles, y que hoy se encuentran protegidos.
Bien lo sabe Milton Rivera, el "Cazador de cocodrilos" del Pantanal. No tiene un programa en Animal Planet, como el malogrado australiano Steve Irwin, pero sí tiene en su mano una cicatriz que da cuenta de su pasado. Durante quince de sus 41 años atrapó yacarés con una calibre 22. Nunca probó su carne. Lo que él buscaba en los casi doscientos animales que mataba en las noches de trabajo era la piel. Era un curero, que luego vendía lo conseguido en Paraguay para la confección de zapatos, cinturones, carteras y billeteras. Ahora, Rivera cuenta su historia como testimonio de aquellos salvajes años.
Fuente: "El Mercurio"
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